El edificio de la antigua Escuela de Gramática, situado en la Plaza del Aula, se ha reconvertido en la actualidad en Centro de la Tercera Edad y Oficina Comarcal Agroambiental.
En el siglo XVIII la Escuela de Gramática de Cantavieja se encontraba ubicada en la plaza que todavía hoy conserva el nombre de Plaza del Aula, por entonces denominada también Plaza de los Estudiantes. En ese espacio se encontraba el edificio donde se impartían las clases, y también una casa que servía de vivienda al maestro de gramática, a su familia, y a veces al segundo preceptor del centro. Ya en esa época era una antigua institución.
Se conocen algunos datos sobre la historia de la Escuela de Gramática de Cantavieja en el siglo XVIII gracias al riguroso trabajo de Josefina Lerma publicado en el Baylías (miscelánea del CEMAT) número 1. El número de alumnos, tipo de preceptores que impartían la enseñanza, salario que percibían y coste que suponía para cada alumno acudir a las clases, al igual que referencias sobre el método educativo son alguno de los datos referidos por Lerma.
El origen de la Escuela de Gramática de Cantavieja se remonta al siglo XVI, época de renacimiento por el humanismo italiano y los estudios clásicos, hecho que propició la creación de muchos centros de latinidad. La influencia del importante círculo humanístico que se había creado en Alcañiz en la primera mitad del siglo XVI llegó también hasta Cantavieja, donde el día nueve de mayo de 1559 una bula papal destinó la renta de un beneficio eclesiástico de la villa a dotar un Aula de Estudio de Latinidad, de la que fue patrono el Ayuntamiento.
Estos estudios de gramática latina, a los que tanta importancia se había concedido en la centuria anterior, se vieron relegados a un segundo plano en el siglo XVII interrumpiendo su desarrollo y expansión. La pésima situación económica del país, que veía más necesarias las profesiones artesanales que las intelectuales, fue el origen de la situación anterior, ya que la economía familiar era el gran condicionante para que los niños recibieran unos estudios superiores y la enseñanza del latín, lo que les permitiría estudiar una carrera universitaria. No obstante las leyes que restringían el derecho de las poblaciones a sustentar estos centros, a mediados del siglo XVIII aún quedaban un buen número de ellos en Aragón, especialmente en el partido de Alcañiz. Algunas de las aulas clandestinas que se mantenían abiertas pese a la prohibición oficial estaban localizadas en Benasal, Mas de las Matas, Forcall, Castellote y Mosqueruela, de las que las dos primeras llegaron a contar con unos cincuenta estudiantes. Si llegaban a cerrarse, los alumnos acudirían al Aula de Cantavieja.
Pese al desconocimiento que existe sobre este tipo de instituciones culturales, igualmente poseemos datos sobre algunas escuelas de gramática como las de Calanda, Montalbán, Calaceite, Alloza, Alcorisa, La Fresneda, Caspe, Albalate, Híjar y Cantavieja. Centrándonos en la última de ellas, Cantavieja llegó a ser la más importante, de mayor prestigio y estabilidad, según decían de esta escuela: “la más antigua del partido de Alcañiz, y aun del reino de Aragón; a excepción de la capital, no se conocía otra desde la ciudad de Valencia hasta la de Zaragoza”. Estaba “sumamente concurrida por el particular cuidado y esmero con que se ha procurado siempre la mejor enseñanza”. En su época de mayor auge contó con trescientos chicos de entre diez y quince años (de los que únicamente unos quince o veinte eran de la localidad y el resto de pueblos de la zona, como La Iglesuela del Cid, Mosqueruela, Castellote, Cañada de Benatanduz, Fortanete, Tronchón, Las Cuevas de Cañart, Castelserás, Mirambel, Hinojosa, Miravete, Ababuj, Ares, Villarluengo, Camarillas, Zaragoza, Vistabella, Olocau del Rey, Bordón, Santa Olea, Castellfort, Linares, Valdelinares, Villarroya y Forcas), y que convivían con aproximadamente los quinientos habitantes de la villa. Las clases, por la mañana y por la tarde y de unas dos horas y media o tres de duración, comenzaban el dieciocho de octubre, festividad de San Lucas, y duraban hasta finales de junio, con misa y rosario diarios. Algunas de las materias que se enseñaban eran la Gramática, Retórica, Poesía Latina y Poesía Castellana, impartidas por dos maestros que se repartían a los alumnos en grupos de edad. Una de las características de estos maestros, a los que se denominaba preceptores, era la itinerancia, de manera que su continuidad en una misma escuela estaba relacionada con sus aptitudes pedagógicas y valor humano.
Como muestra de la importancia de la Escuela de Gramática de Cantavieja en el siglo XVIII, el que un maestro hubiera enseñado en esta villa suponía una excelente carta de presentación para enseñar en otras instituciones semejantes.
Uno de los maestros de esta escuela fue Braulio Foz, autor de “La vida de Pedro Saputo”, nacido en Fórnoles en 1791. Permaneció en el centro varios años desde 1816, en los que escribió su obra “Dirección de los estudios públicos de humanidades”, un compendio de soluciones y respuestas para mejorar la enseñanza.
Joaquín Vicente, nacido en Fortanete en 1727 fue otro preceptor destacado en el Aula de Cantavieja y de cierto renombre en la época, pues Félix Latassa lo menciona en su Biblioteca Antigua (1796) y Biblioteca nueva de los escritores aragoneses (1798-1802). Uno de sus hijos, Matías Vicente, siguió la misma profesión que su padre, también en Cantavieja. Al enviudar D. Joaquín en 1767 se ordenó presbítero, pasando a ocupar un beneficio en la parroquia de Cantavieja. Precisamente, una característica que compartían la mayoría de los preceptores de Cantavieja era su pertenencia al ámbito eclesiástico.
En cuanto al salario que estos maestros percibían, aquél estaba directamente relacionado con la calidad de la Escuela y el número de estudiantes que acudían a ella; en este sentido la Escuela de Cantavieja pudo contar con una cierta cantidad de renta asignada a la retribución del maestro, y que consistía en varios cahíces de trigo que proporcionaba el cultivo de las fincas que antes de la bula papal habían pertenecido a un beneficio eclesiástico de la villa de Cantavieja; junto con las aportaciones de los alumnos, ya que la mencionada renta resultaba insuficiente para retribuir al maestro de manera adecuada. La peculiaridad anterior (la renta mencionada) fue la que permitió a esta Escuela sobrevivir más tiempo que al resto de Aulas de latinidad de la zona. No obstante, el descenso de alumnos a finales del siglo XVIII llevó paulatinamente al cierre de la Escuela en 1834, año en que comenzó la primera guerra carlista.
El estudio de los registros originales que guardan los nombres de estos alumnos permite confirmar que gran parte de ellos llegaron a ser alcaldes, regidores, escribanos, maestros, médicos, abogados o clérigos; incluso miembros de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, como en el caso de Manuel Osset, de Cantavieja. Profesiones intelectuales que pudieron desempeñar gracias a su asistencia y formación en las Escuelas de gramática.